Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

domingo, 7 de octubre de 2012

ANÍBAL ALVAREZ, Ayamonte, Andalucía


Alcemos nuestras voces por las mujeres asesinadas

En las estadísticas feroces y criminales de los asesinatos contra mujeres, en ese infame capítulo de depredación y escarnio que avergüenza a la Humanidad, en ese capítulo siempre abierto, siempre sin cerrar, de la historia vil y canalla que convierte a la mujer en la diana sobre la que impactan los cuchillos y las balas de los sicarios del mal, la población mexicana de Ciudad Juárez se alza con el primer lugar. Nadie parece hacer nada para apear a Ciudad Juárez de ese triste y sangrante récord de violencia y muerte que se le ha adherido a la piel.

Ciudad Juárez, donde 4 de cada 10 personas asesinadas son mujeres, se ha convertido en el símbolo mundial del feminicidio, palabra que define los homicidios perpetrados contra mujeres, cuyos cuerpos aparecen, cuando aparecen, mutilados o violados, con muestras evidentes e irrefutables de haber sido asesinadas, según Amnistía Internacional, usando “grandes dosis de violencia sexual y física”. No es necesario aprender sociología para saber que una sociedad donde las mujeres mueren a manos de los hombres es una sociedad enferma.

Los asesinos, violadores y verdugos de esas mujeres son hombres, aunque a veces esos hombres son tan jóvenes que aún no han dejado del todo atrás a esa infancia que es manipulada y agredida por quienes actúan en la vida sin limitación moral alguna. Sandra Rodríguez, autora del libro La fábrica del crimen, afirma que los jóvenes de Ciudad Juárez matan porque no existe un castigo por hacerlo y porque el homicidio no se investiga y existe una especie de conciencia de impunidad, lo que es tanto como decir que no les va a pasar nada.

Mueren muchas mujeres en Ciudad Juárez, pero otras quedan vivas y deambulan como fantasmas y espectros clamando una justicia que hace oídos sordos para no oír los gritos y las razones de los más desfavorecidos. Son las víctimas invisibles, mujeres sobre las que las autoridades han desplegado el manto de la invisibilidad: viudas de hombres que han sido asesinados por la lacra del narcotráfico, mujeres que tienen que cargar con sus nietos porque sus madres han caído baleadas o acuchilladas, mujeres que deambulan por la geografía siniestra de las morgues para tratar de localizar a sus muertos, niñas que se quedan sin madres, madres que pierden a sus hijas. La mujer, tan esencial que sin ella no existiría el hombre, es la que casi siempre paga por las frustraciones que merman la capacidad de aguante del varón.

¿Hay un origen claro en ese estado de cosas? Siempre lo hay. Muchos lo atribuyen al narcotráfico, un negocio lucrativo que corrompe voluntades y corroe hasta los cimientos de una sociedad trastocada que sigue un rumbo ético y moral errático y ha pasado -como señaló en su día Antonio Gala- de adorar al becerro de oro para adorar al oro del becerro. El tráfico de drogas se convierte, sin embargo, en la argamasa vil sobre la que se alza un tinglado mafioso y especulativo que maneja exorbitantes cantidades de dinero. El dinero, esa palanca poderosa que todo lo mueve, doblega dignidades. Pero uno coincide con Alma Gómez, coordinadora de la Fiscalía General de Chihuahua, en que “Atribuir los muertos al narcotráfico es la mejor excusa para no investigar”. Si se investigara, si los escandallos del interés no se quedaran en lo que parece obvio y descendieran a la raíz sustancial de las cosas, se vería que el mundo tenebroso del narcotráfico, la urdimbre que hace posible su existencia, no está muy lejos de la miseria y la ignorancia. Y miseria e ignorancia son el caldo de cultivo en el que se condimentan casi todas las injusticias.

El universo oscuro y hediondo del narcotráfico prospera porque la miseria y el miedo de la población, la ignorancia en la que viven los hombres, mujeres, niños y niñas de una buena parte del mundo, junto al desinterés, la política de ojos cerrados y la injusticia mostrada por quienes gobiernan, la hacen posible. No conviene llegar a la raíz de ningún asunto, porque es justo en la raíz donde podría estar la solución y la solución es lo que una parte podrida de esa sociedad, la más inclemente y dura, trata de impedir con tantas muertes. Vivir en la impunidad y la degradación le ha resultado siempre rentable a quienes carecen de la empatía suficiente como para ponerse en la piel de sus semejantes.

Creo no equivocarme si digo que a nosotros, los que hemos sido convocados para solidarizarnos y denunciar, no ya lo que les ocurre a las mujeres en Ciudad Juárez, sino en todas las partes del mundo donde la maldad y el machismo contra las mujeres campan por sus fueros, a nosotros, repito, nos alcanza y salpica tanto horror y tanto dolor. Estar hoy aquí, en este momento, es hablar del dolor de los más débiles, las mujeres y los niños, víctimas propiciatorias de la fuerza chulesca y brutal de los más fuertes, esos mercenarios del terror y del miedo que tienen el corazón y los oídos cerrados para no escuchar los gritos de angustia proferidos por sus semejantes. Déjenme que poetice tanto drama y les diga que…

. humanizado y empático
con el dolor del otro, con la persona
que no tiene nada y no le queda más que llorar
la dimensión exacta de su desconsuelo,
yo pienso que hay algo terrible
en los hombres, algo feroz y siniestro
que por mucho que me esfuerzo
en comprenderlo yo comprenderlo no puedo.

Me esfuerzo y quiero
no ser un demagogo de los sentimientos,
pero cuando veo a esos niños rotos, deshechos
por misiles, bombas lapas o de racimo, esos niños muertos
entre ruinas que nos miran con los ojos de par en par abiertos,
esas mujeres de Ciudad Juárez cuyos cuerpos aparecen destrozados
y muertos en tierras del Cerro Bola o el Cristo Negro,
no puedo por menos que pensar que Dios fracasó
al hacer al hombre y que éste se le quedó sólo en proyecto.

No entiendo
por qué a los que usan bombas contra sus semejantes
les llaman terroristas, mientras que a los que fabrican
las bombas les llaman comerciantes.
Perdonad, pero no lo entiendo,
aunque visto lo visto les confieso:
la persona que escribe esto no es más que uno de esos ignorantes
que se preocupan en demasía de las cosas del sentimiento.

Creo que el hambre es un azote para la Humanidad. Y creo que ese hambre, derivado de una educación paupérrima, es capaz de explicar muchas cosas por sí mismo, porque ambos, hambre y poca o ninguna educación, son productos de las injusticias cometidas por esa justicia que se gesta y se larva no solo en los aledaños del poder, que es el que debiera preocuparse por los ciudadanos, sino en su mismo núcleo político. El poder es en sí mismo el culpable, por omisión o inhibición, junto con otros factores igualmente sangrantes e ignominiosos, de las violaciones y muertes de tantas mujeres. Poder y dinero van unidos, y junto a ellos, como conformando un triunvirato maléfico, la corrupción. Cuando el poder político se distancia de los valores, yo diría que sagrados, de la moral, la dignidad y la ética, cuando el binestar de todos se convierte solamente en el bienestar de unos pocos, se origina una filosofía tan destructiva que los valores de la sociedad se pervierten y resquebrajan.

El pueblo de Ciudad Juárez, muchos de sus habitantes, especialmente las mujeres, tienen hambre de justicia. Muchas, incluso de pan. Ambas hambres forman la urdimbre de un cesto en el que caben todos los crímenes e injusticias posibles. Y el crimen contra los niños y las mujeres es el peor de todos, porque cuando se atenta contra una mujer, cuando la prepotencia del hombre se ensaña con ellas, cuando se le asesina, se le agrade, viola y mata, es toda la creación la que siente ese crimen en las entrañas. No nos perdamos en sofismas matemáticos ni hagamos estadísticas cuando hablemos de asesinatos de mujeres. Una sola que muera víctima de la violencia es un atentado contra toda la creación, un fracaso de la Humanidad, así que permítanme que me dirija a los estadísticos, esos señores que manejan números y cifras, para decirles lo siguiente:

Caballeros, por favor... Por favor, caballeros...
No me habléis de estadísticas,
esa acumulación de datos y números sin alma
que mete a los muertos del Nargis y a los del Katrina
y en realidad a todos los muertos
en fríos gráficos, en cálculos y cifras que no sirven para nada.
Mirad que no somos pollos de ningún gallinero.
No, no me habléis, por favor, de estadísticas.
De estadísticas no, por favor, caballeros...
Habladme de esa mujer asesinada en Ciudad Juárez,
de sus ojos sin luz, dilatados y abiertos.

Habladme de las personas.
De las mujeres que mueren en Ciudad Juárez,
víctimas de quienes se relacionan con ellas a través de la rabia.
O elegid al azar y como si jugarais a la gallina ciega, a una niña.
Por ejemplo: ésa que tiembla de miedo y de frío,
sola y triste ella entre tantas ruinas,
niña en tránsito hacia una mujer que será agredida
hoy mismo. O tal vez mañana.
Ved sus lágrimas,
luceros de luz que, atrapados en el miedo,
se han congelado y están temblando en unas pupilas
a las que se asoma el alma.

Miradle fijamente
a la cara y pensad en vuestras hijas,
tranquilas y sonrientes en sus camas.
¿Veis?
Ese es el rostro de una Humanidad sufrida
que sabe poco de risas y mucho de lágrimas.

Guardaos, pues, las estadísticas
con la que lleváis el agua a vuestros molinos
para así poder medrar en política.
Yo me quedo con esa niña que tiembla de hambre
y de frío en un lugar de la Nada,
sin saber que en algún rincón de la Tierra,
supongamos que en el Valle de Juárez, en las cuevas
del Cerro Bola o el Cristo Negro, en la tierra rocosa
de cualquier barranca o las cascarrias de algún
vertedero, terminará siendo violada.

¿Por qué no le decís a sus asesinos,
todos esos que se enamoran de las rosas,
en especial de las más tempranas,
esas que ni siquiera conocen los secretos
rubios de la miel cuando son por las abejas libadas,
que las están asesinando sobre sucios camastros
y las dejan solas entre el estiércol y la pobreza acongojante
de los grandes y sucios núcleos marginales?.

Dejad los números y preguntadle que por qué las violan
en las chozas, en las vías miserias,
entre el estupor de la razón y de la sangre
que clama contra la injusticia y contra vosotros clama.

Si os preguntáis qué hacen los gobiernos yo podría responderos
que lo de siempre: mirar para otra parte,
optar por el silencio, el ninguneo y la nada.

A los ojos
que no quieren ver,
¿de qué coño le sirven las gafas?

Hoy alzamos nuestras voces y nuestros gritos desde Ayamonte, un pueblo blanco del Sur de Andalucía, pero también desde otras partes de España y en general desde casi todo un mundo que hoy se ha convertido en otero y atalaya desde donde gritarle las verdades al mismísimo lucero del alba. Nuestras voces y nuestros gritos están cargados de razones para denunciar las sinrazones de todos esos canallas que amparados en la brutalidad y en la fuerza, sojuzgan y matan a las mujeres al salir de las fábricas, de las iglesias, de los mercados. Ellas son nuestras madres, nuestras esposas o nuestras hijas. Por cada una que muera nosotros nos morimos un poco. Nosotros y la creación, la Humanidad entera. Con energía, pero al mismo tiempo con piedad, recurriendo incluso a la clemencia, desde este pueblo nuestro pedimos a las autoridades de Ciudad Juárez que se impliquen de lleno en erradicar un mal que acompaña a la ciudad como un estigma. A los asesinos y violadores de mujeres les pedimos solo una cosa, que cuando vayan a descargar su ira contra una mujer vean en ella a su madre, a su hija, a su esposa. Si lo hacen, tal vez funcione la empatía y den marcha atrás, porque hasta los cuchillos y los revólveres pueden ser detenidos si oímos la voz de los sentimientos.

Puede que esperar algo así de los asesinos sea como echarle margaritas a los cerdos. Puede, no digo yo que no, pero como uno es hombre que cree en el aspecto humano y no lobuno del comportamiento de los hombres, yo confío en que alguna vez -y puede que semejante transformación comience en Ciudad Juárez- el cerdo sufra tal metamorfosis que en lugar de destrozar y comerse a la margarita se acerque a ella, la huela y la admire, descubriendo así la poética y el embeleso de su perfume. Si el hombre-cerdo se acerca a la margarita-mujer y en lugar de destrozarla habla con ella y le mira a los ojos, puede que se conmueva y comprenda que la mujer suele darle al hombre mucho más de lo que recibe de él y que nosotros, los hombres, deberíamos construir un altar donde adorarlas, nunca una pira en la que apuñalarla y quemarla, porque el hombre que arremete y mata a una mujer, y esto es necesario gritarlo en voz clara y alta, arremete y mata a toda la Humanidad.

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