Desde el 1 DE SEPTIEMBRE DE 2012 hemos venido celebrando en numerosos pueblos y ciudades del planeta, las lecturas solidarias "ESCRITORES POR CIUDAD JUÁREZ".

Estas lecturas están convocadas en solidaridad con Ciudad Juárez, en representación de todo el pueblo de México y por extensión de cualquier otro rincón del planeta donde el miedo, consecuencia última de la violencia, es utilizado para imponer la voluntad y los intereses de los grupos de poder sobre los derechos y la dignidad de los pueblos y los ciudadanos.

En nombre del colectivo Escritores por Ciudad Juárez continuamos con esta llamada a la solidaridad y la movilización. Quienes lo deseen pueden remitirnos sus poemas o textos, alusivos al conflicto que padece Ciudad Juárez, que serán colgados en este blog y posteriormente utilizados en cuantos proyectos y publicaciones decidan los organizadores de las lecturas solidarias. Las colaboraciones serán colgadas como entradas, con el nombre del autor o autora, junto al nombre de la ciudad de donde nos escriben. Y cada nueva colaboración del mismo autor o autora será añadida a la primera de sus colaboraciones.

Dirección de contacto: poemasporciudadjuarez@hotmail.es

martes, 28 de agosto de 2012

DUNIA SÁNCHEZ PADRÓN, Las Palmas de Gran Canaria

Sus voces, tu voz
Que engendra el  manantial de la libertad, de la esperanza
Ahora es eco de desiertos donde solo el grito
De esa nostalgia palpada en la quejumbre
Vuela al viento, al viento.
Tumbas donde la sonora lágrima es puente
De otras mujeres que avanzan en manada bella
Al son de los latidos del sol, al ritmo incansable
De la justicia  y el ansiado abrazo de la vida
Sobre mares de arena, sobre nubes azules,
Con la caricia sutil de un ave que mira, que observa, que examina
El desangrar de la inocencia.
Sus voces, tu voz
Cuando la noche es tiempo de silencio
Los crujidos tétricos de un ayer, de un hoy
Se consumen en el vagar y vagar de almas
Con colmillos de navajas.
Las rondan, te rondan
En la simplicidad de ser mujer,
Mujer que pare la esencia de la paz
Para el reposo de su ala en vertical
En el caminar hacia la existencia. 




Sombra negra.


Violencia.
Se mueve como serpiente de larga lengua 
Que desnuda tus pechos, 
Que estrangula tus manos 
Para singladuras venideras. 
Fuego de figuras grises 
Que se reavivan 
Cuando son muerte, muerte 
De la verdad, de la vida. 
Sombra negra.
Violencia 
Alas que entorpecidas 
Por el aberrante, por los aberrantes torturadores 
De la paz, de la libertad. 
Y, sin embargo, una flauta suena a lo lejos 
Con la cordial benevolencia 
De que toda esta masacre sea extirpada 
Para no más… para no más 
Ser nido de ortigas sangrientas.

DANIELA TOMÉ, Argentina

¿Que quienes somos? 




Somos MUJER,

la sangre limpia que ensuciará tus zapatos

los gritos mudos, los ojos ciegos

que pueden ver más allá de un disparo.

Masticamos la injusticia

y hacemos de ella nuestro alimento

Y se retuerce el estómago

Y se nos hiela la sangre
 Y en cada puño llevamos un nombre

que NUNCA nos falte!

¿ Que quienes somos?

NO somos derrota.



Sin DIos! 

Soy
esta garganta árida
herida de silencio,
voz
que se retuerce en un dolor.
Llaga atónita sin porqué y
sin remedio;
 músculo frío de una carne estancada.
Ojos a quemarropa.
Fusil latiendo!
Manos
sin Dios.

ENRIQUE G. GALLEGOS, México D.F.

Asesino civilizatorio 



El brillo del metal perfora el silencio
y destraba las pasiones confinadas.
El hombre desconoce la civilidad,
ingresa al mundo del instinto magnificado,
se reconoce en el arrebato del golpe.

El fulgor de la navaja concentra la mirada:
es la pureza del metal que domina
y restituye a la tierra de los minerales.
Las vísceras, la sangre espesa mana,
las muecas y ojos desconcertados:
el cuerpo resiste,
resiente el frío.
El reíntegro no puede ser ilimitado,
 se va y se viene por única vez:
la vida se desploma
y el costal de recuerdos cesa.
La mano fría retira el metal caliente,
la oscuridad vuelve por sus dominios
y el asesino retoma el camino de la cortesía.
Lo inorgánico se impuso.

CARLOS MARTÍN VALENZUELA QUINTANAR, Hermosillo, Sonora

GRITOS EN SILENCIO 

A las mujeres de Juárez, que mueren sin quererlo.


Son rosas que deshojan
y les arrebatan con crueldad
las gotas de rocío.
Nunca más dormirán
como antes,
se marchitan en las
arenas del desierto.

Desierto que
grita en silencio…,
tan fuerte
y no hay quien lo escuche,
duele y quema lágrimas
escondidas en los uniformes,
en grandes alas de almacenes
convertidos en
maquilas donde solo importan
los segundos…,
esos que les mueven
las manos grito a grito.

Son rosas que recién nacieron
tersas, suaves, limpias.
Niñas que sus pétalos
apenas y se asoman
con un poco de malicia
y un mucho de temor.

¡Aún así las cortan y las roban!
Las mancillan las manos sucias
de aquellos que se olvidan
que sus madres
fueron rosas tiernas
y quizás ellos duerman
con bellas y suaves flores
acariciando
con sus manos manchadas
los pétalos libres al aire.

Ellos mismos ahogan
en su conciencia ruin
los gritos de las rosas
que bañaba el rocío,
cuando con ilusión asomaban
su belleza…

Y hoy, se pierden en el desierto
los gritos en silencio
de las inocentes
que se abonan, antes,
mucho antes de tiempo
a la tierra,
¡cuando no era su momento!

ESTHER M. GARCÍA, Saltillo, Coahuila

Dead woman´s city 


Cuento las estrellas en el cielo y
pienso en los ojos de los muertos
que se encienden como faroles para coronar la noche
Pienso en Ciudad Juárez
y en las bocas de sus mujeres y sus palabras secas
resbalando por sus lenguas atemorizadas en la hora de la muerte

Así brillan los ojos de las muertas de Juárez
en las noches ebrias del Paso
Brillan como luciérnagas moribundas
que se apagan al salir de la maquila
de la casa
de la escuela

Un panteón estelar me saluda desde “El chamizal”
donde mi padre y mis hermanos quemaban hojas secas
para ver en pequeña escala
cómo podían hacer arder al mundo

El panteón del cielo no es muy diferente al panteón en el desierto
Basta con saber que
al igual que no puedo calcular el número de estrellas
no puedo calcular el número de mujeres muertas
ni saber cómo
ni cuándo
ni dónde
o en qué día
fue que dejaron de brillar ante mis ojos

Juárez es un Auschwitz moderno
donde día a día huele a carne quemada
flagelada violada
o un campo de concentración en Atacama
en donde las mujeres se secan como vísceras
expuestas al sol

Ni la policía mexicana
Ni la border patrol
Saben donde están sus huesos
sus nombres
el grito de su sexo pidiendo auxilio
No
Aquí en Juárez nadie escucha

Todo es silencio

Un arma puede volarte la tapa de los sesos
durante una manifestación en una plaza
todos vemos pero somos conejos paralizados
Una madre muere
Una hija muere
Unaesposaunaprimaunatíaunahermanaunanovia
Y nadie hacemos nada

Yo miro desde aquí
desde lejos
el holocausto en que se ha convertido la ciudad en que nací
He oído a gringos que moralizan penalizan y cuchichean
El eterno Tío Sam diciéndome:
“you’re just a simple browny speaking mexican”
como si la sangre de las mujeres de mi patria no valiera

Hay muchos que gustan de ver el mundo arder
como las pilas de muertos en los campos de concentración alemán
como en los desiertos de Arizona y sus migrantes muertos
plantados como semillas secas que nunca van a germinar

El mundo arde
Y algunos ríen
El mundo arde
Y ellas mueren
El mundo arde
Y florecen los ojos de los muertos
El mundo arde
y los ojos de ellas
brillan en el cielo de El Paso como grandes
y pequeñas estrellas sin que nadie las vea

LEONILO MOLINA RAMÍREZ, Las Palmas de Gran Canaria

No tuviste,
no dejaron que lo tuvieses,
un sudario,
de cualquier color,
para cubrir tu cuerpo
de la intemperie que observaba
tu yerta figura entonces,
nada les habría gustado tan poco
como que tu cuerpo no se viese
y que ya descansase en paz,
la misma paz por la que te asesinaron;

tuviste,
eso sí,
sobre el secarral de tu sangre
un verde sudario de moscas
cubriendo con ansioso aleteo
tu cuerpo inerte en ese punto:
certera simbología
del miedo que impone la cobardía,
tu miedo ausente
marcó la inmediatez
de tu innecesaria muerte:
innecesariamente asesinada
en ese monótono discurrir
en que la muerte se apodera
compulsiva de lo cotidian.

ROXANA ROSADO, México D.F.

La arena y la eternidad

Nací en una familia como cualquiera,
Con padres amorosos, hermanos gritones, juegos y canciones.
Crecí como todos los niños,
Corriendo para llegar a la escuela, hacer tareas en la tarde, jugar y dormir.
Los años pasaron,
Cuando me dí cuenta, ya no era una niña,
Ya tenía senos, cabello largo y caderas redondas,
Pero aún usaba calcetas.
Los chicos me buscaban, yo les sonreía tímidamente y me reía bajando la cabeza,
Y entre la escuela, los deberes, y mi familia,
El tiempo pasó y me hice mujer.
Un muchacho me empezó a buscar, era simpático y me hacía reír
Iba por mí al trabajo, me visitaba en los cumpleaños, y los fines de semana.
Pensaba que todo iba bien
Pero un día salí tarde.El esperó y esperó, y se cansó. 
Cuando me bajé del camión, el ahí estaba,
En lugar de un beso, me dio una bofetada.
No me creyó ni una palabra. Sorprendida y adolorida, me dejó.
Por supuesto, no dije nada a mis padres,
Ellos no lo entenderían.
Y así seguimos viéndonos, había días tranquilos y otros no,
Pero yo sabía que la tormenta sería pasajera,
El me amaba, y yo a él.
Un día, al salir de la fábrica, no estaba.
Caminé en la obscuridad y tomé el camión.
Me bajaba unas cuadras antes de la casa y caminaba,
Y ahí lo vi, esperando mi llegada.
Me dio un ramo de rosas, subimos al auto y paseamos sin fin,
Me sentía tan contenta, tan querida, que no me dí cuenta.
Llegamos a un lugar lejos, y bajamos del coche para ver las estrellas,
Y de pronto, sin aviso, me reclamó,
Todo estaba en su mente, no había nada más, yo lo amaba y eso era todo,
Pero él no me creyó.
Y después de tanto amor, ya no hubo nada.
Nada comprendía, solo sentía el dolor.
Un dolor insoportable, terrible, lacerante.
Que pensé sería inacabable.
Y de pronto, la calma llegó.
Escuché que se alejaba, me dejaba solitaria, en medio de la nada.
La obscuridad envolvió mi cuerpo, y una lágrima rodó por mi mejilla.
Seguía  sin entenderlo, pero ya no había dolor. Sólo paz.
Pensé en mis padres, en mis hermanos, en mis amigos.
Lamenté no haberles contado mis penas. Ahora era muy tarde.
El silencio de la noche y la arena del desierto eran mi compañía.
Y lo serían esa noche, siempre, eternamente.

MARIANELA PUEBLA

VOCES SEPULTADAS

Comentan que llegaste del sur,
nadie sabe tu nombre y no les importa,
es una mala propaganda, reclaman las autoridades,
sólo tu madre dejó ayer una cruz sin nombre.
No sabe escribir, por eso puso también una vieja fotografía.
La tierra a tu alrededor está cubierta de lágrimas,
y en las noches se tiñe con tu sangre.

Han venido muchos extranjeros y hacen preguntas,
deben llenar una página roja,
es que les dicen “ las muertas de Juárez”,
pero las hay en otros países, serán las muertas de España,
de Chile, Argentina, sin nombres, sin patria.
“Sólo por favor la ciudad,  ya no vale el país, es lo mismo”.
Es ahora asunto de interés mundial. Cuestión de lesa humanidad.
Hablan de crimen organizado, ¿contra las mujeres?
¡Son muertas y ya!

Alguien dijo que trabajabas en la algodonera,
una textil de mala muerte.
3100 mujeres asesinadas  en  Juárez,  México.
107 mujeres desaparecidas en 2010.
300 en los primeros meses de 2011. ¿Cuántas más en 2012?

El paraje  inhóspito está lleno de cruces,
¿quién  detendrá este programado feminicidio
tan ignorado por las autoridades?
El lugar sigue igual, solitario, señalado por cruces delatoras
que claman desde sus maderos una respuesta.
La cifra va en aumento,
dolor de cabeza para los que buscan sin hallar.

¿Qué pasa en esta era virtual?
¿Qué sucede con el ser humano?

MARÍA CARVAJAL, Cáceres, Extremadura


TU NOCHE

Es esta partitura de notas delirantes
la que hace sonar un réquiem trasnochado.
No son pianos. No son violines ni oboes.
Son las sirenas que recorren las calles
de tu silencio, de tu noche despierta,
de tu melancolía, alerta, en un sueño de mentiras vencidas
y un toque de queda denostado.
No son tus besos ni tus labios
los que sustentan el alma de tu nombre.
Ni son tus encantos los que alimentan las miradas de otros pueblos.
Son tus balas quienes hablan,
quienes tienen la promesa herida
del futuro incierto, de tu olvido,
y en el fondo sé que no son mis palabras las que te salvan.



COMPRA-VENTA

Compra-venta de un suicidio colectivo
y el llanto cesante de otra mujer
son las crónicas de la prensa fronteriza
de una ciudad que se resiste al conformismo.
Un poeta de Juárez escribe su miedo
con la esperanza de que su palabra
sea solo un borrón de tinta y no un charco de sangre.

RONALDO REVAGLIATTI, Buenos Aires

Del claudicar 



Como todos
nació sin terminar
Creció sin terminar
de hacerse

No pudo, no aguantó
renunció al infinito hacerse

Y así siguió por siempre
cumpliendo rituales, burocracias
más o menos plagado de ademanes sociales
e impromptus antisociales
cumpliendo con sumatorias onomásticas
esas inevitabilidades propias
de alguien muy cumplido:

inevitabilidades esquivas
a los procesos de terminación.



¡Justo el 31!

“Feliz daño nuevo!”
Martín Micharvegas (de “Parajodas (II)”, 1998)


En el daño que viene
seremos probable y comparativamente
más dichosos que en el daño actual

Este daño nos dejará resabios penosos
Como todo daño se irá pero no muy lejos
Nos merecemos otro daño
después de la seguidilla de desbarranques
de daños anteriores

Brindemos por un daño mejor
y despidámonos de éste:

¡Feliz
Daño
Nuevo!


Pequeño descubridor 



Tempranamente he descubierto
que se puede uno parecer
a un tarado

No siempre a un tarado:
en ocasiones, a un salame
un bólido, un mequetrefe
un muerto de frío
un impresentable o ni fu ni fa

y no pocas veces
otros pareceres
de índole contigua
delatora de insuficiencias
ha podido uno
personificar
y personificar

Y lo más interesante, claro:
sin serlo.

 

DANIEL SHIRO, Valencia

CIUDAD JUÁREZ


Cuando supe que leería en este acto 
me procuré un montón de documentos 
miré mil paginas en internet, cien vídeos
y un libro para documentarme.
¡Me equivoqué!. ¡La cague bien cagada!. 
Tras leerlo me fue imposible escribir 
ni un verso sobre lo que allí está pasando. 
Tras leer las actas oficiales, datos de autopsias 
y por menores de los casos, me hundí.
Cómo soportar, imaginar, perdonar, 
recordar, olvidar tanto dolor.
Qué escribir, sin olvidar a ninguna victima, 
sin sangrar, sin quedar avergonzado.
Cómo disculpar tanto error cometido
tanta mentira, ocultación del gobierno y 
no caer en el arrebato de insultarles, de 
odiar a toda la humanidad, de odiarse uno mismo.
¿A dónde, a quien reclamar por sus vidas?
Dónde escarbar, enterrar, sepultar, esconder 
la vergüenza de uno, por ser de su misma raza.
Cómo apartarse de estos animales que 
premian a los asesinos, que ocultan la sangre 
en la misma tierra donde no descansarán ellos.
…que lo espero de todo corazón.
Cómo medir y pesar, dónde guardar el dolor 
de sus familiares, la agonía por ellas vividas.
Qué hacer con la vida de uno mismo, después 
de saber que allí (ahora, también dentro de mi) 
están matando, violando y torturando a niñas-mujeres 
por un único pecado cometido, por nacer mujeres, 
pobres y en un infierno que sólo nosotros los 
in-humanos hemos creado.
En qué coño piensa Dios mientras sus hijos 
exterminan atrozmente la parte más inocente de 
su creación, de su tan perfecta creación.
Dónde meteré yo mi desvergüenza, esa que sentiré 
cuando acabe este acto, cuando mañana me olvide 
de las victimas, cuando ya no esté de moda.
No sé qué hago aquí, por qué escribo esto, ni por qué 
tuve que leer el maldito libro ese.
Ahora, hoy y no sé hasta cuando, me siento muy triste, 
dolorido y avergonzado, pero a la vez muy afortunado. 
Demasiado afortunado. Pues vivo en un mundo que
nada se parece a Ciudad Juárez. 
Me siento tan afortunado, que juro me da vergüenza.
Quería haber escrito un poema… 
pero juro no he podido. 
Gracias y lo siento de verdad.



POEMA IMPOSIBLE 



Juro que intenté hacer un poema con sus muertes, pero cuando lo hacía ,me dolía la cabeza, se anegaban los ojos o dolía a rabiar el alma. 
No he podido hacerlo, pues como dijo mi querido poeta mejicano Jaime Sabines: “No hay poesía en la muerte. En la muerte no hay nada”. 
Pero un día, terco en el intento, me dormí y soñé… un ser minúsculo resbalaba por la pantalla del ordenador dando vueltecillas hasta que choco contra mi vaso. Retiré el vaso por ver lo que era,  …una minúscula niña alada había allí.
Atónito miré la pantalla del ordenador en espera de que cayesen más. Esperaba una lluvia de estrellas de agosto en mi escritorio. De pronto, Gladys Janeth Fierro (así me contó que se llamaba y que tenía 12 años) moviendo sus alas torpemente, se elevo sobre el teclado. Tras hablarme durante un buen rato, emprendió el vuelo. Ascendió veloz y decidida hacia donde reside. 
Contó, que vive en el desierto, en la arena, a la espera del encuentro con la muerte. A la espera del entierro de otra mujer-niña en Ciudad Juárez. Estará allí para ayudarlas. Para que no estén solas. Como hace desde hace 20 años, con las más de 700 mujeres-niñas que allí han sido y siguen siendo violadas, mutiladas y asesinadas. 
Me desperté lentamente. Amargamente. Leyendo unos nombres que alguien escribió sobre mi mesa:
- Mónica Janet Alanis Esparza, 18 años. - Lidia Ramos Mancha, 17 años. - Érika Nohemí Carrillo Enríquez, 20 años. - Rosalba Pizarro Ortega, 16 años. - Julieta Marleng González Valenzuela, 17 años. - Mirian Cristina Gallegos Venegas, 17 años. - Yesenia Concepción Vega Márquez, 16 años. - Diana Yazmín García Medrano, 18 años. - Claudia Judith Urías Bethaud, 17 años. - María Guadalupe Del Río Vázquez, 19 años. - Miriam Lizbeth Bernal Hernández, 19 años. - Blanca Grisel Guzmán, 15 años. - María Elena Garcia Salas, 18 años. - Griselda Mares Mata, 23 años. - Gabriela Holguín Reyes, 22 años. - María del Rosario Palacios Morán, 18 años. - Ana Azucena Martínez Pérez, 9 años. - Merlin Elizabeth Rodríguez, 16 años. - María de Jesús Sandoval González, 33 años. - Alma Margarita López Garza, 27 años. - María Isabel Mejía Sapien, 18 años. - María Fátima Flores Ortiz, 16 años. - Julia Hernández Hernández, 20 años.
Sus familiares aún lloran y buscan sus cuerpos.

BRYAN ANDRADE CHILIAN, Tijuana, Baja California

Del viento a Juárez
 
No, enserio. ¿Qué le hizo el viento a Juárez?

MILA CANO, Vitoria Gastéiz, País Vasco

DESDE VITORIA-GASTEIZ A CIUDAD JUAREZ
 
De Gasteiz para Júarez, solidarios.
De Ciudad a Ciudad, vía poema,
adjuntamos palabras y fonema
a símbolos de paz como temarios.
 
Siendo granos de arena literarios
que hacen duna, historia y teorema,
remitimos estrofas con un lema
"Desde auí con Chihuahua unitarios".
 
Unidad en apoyo a un argumento:
"Que el derecho a la vida del humano
no puedan destruirlo hombre ni viento".
 
Como prosa invitamos al hermano
a enlazar corazón y pensamiento.
Como verso cruzamos alma y mano.

TRINIDAD BALLESTER MONFORT. L´Eliana, Valencia

Ciudad Juárez

Lluvia seca
de palabras, estériles, repetidas
Reflejos
de falsas lunas
en los charcos de la verdad
La verdad,
enlodada en la frontera
conocida desde abajo
em las noches sin piedad
La madre
vaga sin luz,
anega el suelo de lágrimas
generosa humedad, esperanzas
La tierra
es madre en su seno
Grita
es un grito no escuchado
Es de noche y esta de noche
inocente de su ausencia
¡la hija ha regresado!

FÉLIX MARTÍN ARENCIBIA, Islas Canarias

UN GRITO AHOGADO

Va por las jóvenes de Ciudad Juárez

El grito ahogado de una adolescente
recorre como llama de incendio
prendiendo las aguas de los mares 
y los cinco continentes del planeta.
Sin embargo aún no llega a encender 
 nuestras conciencias dormidas
 en el sueño de esta sociedad
 encamada en el consumo.

Un alarido de una madre dolorida
se repite desde el eco de las estrellas
donde el poeta busca las palabras
para amplificar el grito maternal
emisor de desesperantes mensajes 
reclamando justicia por su hija.

Los amos codiciosos del mundo 
siegan sin ningún escrúpulo
la vida de humanos inocentes
para engordar los números
siempre negros de sus cuentas.

¡Una pequeña ola recorre
Las costas de nuestro planeta
Y con la fuerza solidaria
Y se va convirtiendo
poco a poco en tsunami
 de esperanza cierta!



REQUIEM 
POR LOS DESAPARECIDOS
EN REPRESIÓN BRUTAL


A Ciudad Juárez y demás lugares 
reprimidos del planeta

Patéticas sinfonías
En las noches oscuras.
Entre fantasmas de palmeras,
Sombras de acebuches
Cruzando negros cielos
De angustias de murciélago.

Negruras de tristezas,
Miedos volando por doquier
Con ojos de conciencias
De desaparecidos en la guerra.

Fantasmas enlutados de madres,
De esposas ahogadas
En llantos de impotencias.

Niños despertando de pesadillas
De ausencias de padres.

¡Son noches de espanto y miedo,
De ecos burbujeando 
Hacia el cielo desde
Las profundidades de los pozos
Y las honduras de los mares!

¡Olvidemos, soñemos con idílicos
Y bucólicos mundos!

¡Mentirosos sueños, inútiles ilusiones,
En América Latina, África, Europa, Asia,
Por todos lados sigue anidando
La aniquilación brutal!

Cuando los poderosos
Ven peligrar algo
Sus fortunas y poderes, 
Corren ríos de sangres.
Alimentan mares revueltos
En turbias conciencias.

¡Mira la luna en el palmeral!
¡Renace la esperanza 
En la libertad!

¡Nuevos luchadores 
Renuevan el desafío 
A la injusticia.
¡Entonan un réquiem
Por los desaparecidos
En represión brutal!

ÓSCAR AYALA, Alcalá de Henares

EN EL ÁRBOL DEL MIEDO…

En el árbol del miedo, entre sus ramas,
ya no descansa la manzana dulce
que medrosa latía, mirándonos pasar.
No gritó: al arrancarla, suspiró levemente,
dejó caer la mirada
y procuró que aquel escalofrío
corriera por mi mano y hasta cobrara forma
de animal.
No quisimos morderla. No quisimos morderla… todavía.
Sin bajarle las bragas
hubiera resultado
amarga.
En tu mano jugaba
a ser redonda y parecer hermosa.
Y las otras, colgadas, endulzadas de rabia,
nos juraban venganza
toscamente
perfectas.

Como planeta,
como mundo a habitar donde sobar la piel,
equilibrar mordiscos o pecar
estremecía:
amar a una mujer es hoy cerrar los ojos
y escuchar el quebranto de la pulpa
en su boca.
No hay trino, brisa, música, marea comparable.
¿Es que acaso no oyes que las cosas te miran cuando miras?
Y cuando lo observado se desprende del ojo
deja una débil cicatriz que pesa,
vibra, suena
a apresurados pasos por un puente que fuera de alma a alma.
Hay un placer sutil en restañar el puente
y en volver a volarlo.
¡Sobre todo en volarlo!
Deja una siembra subterránea
de silencios
que fingen penetrar el secreto de aquel derrumbamiento.
¡Sobre todo al sobrevolarlo!
Porque a cierta distancia su tamaño
es aún mayor
y su desorden, su color y su entrega
son tibios y su inquietud
parpadea
como cualquier otro destello.
En tiempos en que el verso se alimenta
de mínimas superficies cortantes
y mondaduras fósiles y migajas
de panes de metal bruñido,
en tiempos en que se pone en duda
el brillo fascinante
de algunos gritos de dolor,
en que son cuantificables franqueza o impiedad,
escuchar no es frecuente.
Y no es posible así saber que cuando
lo observado
se desprende
del ojo
vibra.
Y no murmuración
y no desdoble
y no, de ningún modo, silbo,
clic, roce rasante
de ruido que al rodar rumie la hierba:
vibra en frecuencias frías
que se quedan
suspensas
hasta ser cosechadas
por un loco
que escucha
lo que ya nadie quiere,
las sobras de las músicas atrapadas al vuelo,
y amplifica.
Y pero cuando
se desprende
lo observado
muere
además de vibrar.
Alanceas cuanto miras,
sacrificas
cuanto
miras,
amojonas cadáveres de todo aquello
que miras.
Mirar es, en el fondo, ordenar con los ojos.
Luchar es, en el fondo, esculpir un reflejo.
La vida es, en el fondo, el tiempo que empleamos
en ordenar el mundo, en esculpir el mundo, en aprender a amar
las voces
del mundo.

TINO J. PRIETO AGUILAR, Las Palmas de Gran Canaria

No habrá miradas hacia otro lado

La campana de la ermita repicó de nuevo
removiendo las piedras de la ladera a su espalda.

'No somos nadie', clamó la abuela al cielo
y el cielo le respondíó con un nuevo disparo.

No me importa, ya soy vieja:
Lilian da primeros pasos y me mira a la mirada
que lleva consigo la fuerza
la noble que anda descalza.

Y en según la abuela andaba
su corazón se hizo niña
y vio a su padre a un costado
dándole un beso a su madre
de un arcoiris rodeada.

Se hizo el silencio
y allá donde ella miraba
crecían flores y árboles
con hojas de cálidas palabras.

Cansada estoy, mi corazón sigue agitado, se dijo.
Ahora no, mi anciana amiga, le resonó una voz en su interior:
Tu pedido nos ha sido concedido
Tu esperanza se ha vuelto mar y cascada
Tu trabajo laboró barquitas y cometas
Tu dulzura hizo el pan que hoy nos alimenta y esperanza.

Violenta estoy, mi mente sigue inquieta, se dijo.
Ya no, mi dulce hija, le recorrió la voz como un volcán:
Tu vida es el sentido del mundo
Tu paso a paso, de la tierra el corazón
Tu pasado, no lo olvides, es un segundo
Tu historia es simiente de caminante eternidad.

Cuentan que abuela Juana, vió crecer nietos y bisnietas
y que el cielo se llena de cometas en el día en que ella naciera.
Cuentan, que recibe cartas y a todas contesta
y que llegado septiembre Ciudad Juárez se ilumina
poetizando todo el planeta.

MANUEL PÉREZ GAGO, Ayamonte, Andalucía

No ceso de hablar No ceso de hablar de la tenue diferencia entre las mujeres y los árboles, De la magia de la tierra, de un país cuyo sello no he visto en ningún pasaporte. Pregunto: señoras y señores de buena voluntad, ¿la tierra de los hombres es para todos los hombres como afirmáis? Entonces ¿dónde está mi choza, dónde estoy yo? La asamblea me aplaude. Otros tres minutos, tres minutos de libertad y reconocimiento. La asamblea acaba de aprobar nuestro derecho a volver, como todos los pollos, como todos los caballos, a un sueño de piedra. Les estrecho la mano, uno por uno, luego les hago una reverencia…y prosigo este viaje hacia otro país donde hablo sobre la diferencia entre espejismo y lluvia y pregunto: señoras y señores de buena voluntad, ¿la tierra de los hombres es para todos los hombres?

JOSE CARLOS VILLEGAS, Ayamonte, Andalucia

He amanecido teñido de ausencia, de frio incólume penetrando por los hilos de mi cuerpo, tallado en carne con dolores de poema.

He amanecido al vértigo distante de las olas de tu cuerpo rozando, el cercano otoño entre los pliegues de las sábanas mudas.

He amanecido ciego de firmamento, oscuro de pesadumbre, arañando mis sienes.

He amanecido con el dolor del mar en mis ojos, donde el dolor del mar es una fria mirada que se aleja, una sensación geométrica de anaqueles vacios.

He amanecido vago de sueños desde el límite  de las horas, con el asombro de la duda entre mis dedos, allí donde la lluvia  no perdura  ni un instante.

He amanecido con la llamada del viento en mis entrañas para evocar tu nombre.

He amanecido con el dolor errante que busca su llanto entre jaulas de besos donde reposar su locura solitaria.

He amanecido en la frontera del silencio de mis ojos, para buscar la ternura de los tuyos, allí donde reposan.

He amanecido y el sol no irradia más que la tristeza que envuelve ésta mañana de racimos de soledad incómoda.

He amanecido con el sabor de tu piel en la mia, como hace mil años,

he amanecido y tu no estabas, como hace mil años.........

ELADIO ORTA, Ayamonte, Andalucía

sin remedio


si nos cortan las patas / ya ves /
andaremos sin patas / qué remedio /
que nos cortan las alas / no podremos volar /
construiremos barriletes / qué remedio /

si nos cortan las manos / ofú /
con los dientes escribiremos / qué remedio /
que nos cortan las orejas / sin sonidos /
el olfato desarrollaremos / qué remedio /

que nos tapan la boca / mala cosa /
del aire comeremos / qué remedio /
del aire moriremos / alondras de los rastrojos /
si nos asfaltan los campos / sin remedio /

( los ojos para qué los queremos a estas alturas ) /

PALOMA GONZÁLEZ RUBIO, Madrid

¡QUE LE CORTEN LA CABEZA!


Desde la ventana de las dependencias superiores del decanato Alicia vio aproximarse la silueta del reverendo Do-do-Dodgson, que se hacía reconocible a medida que acortaba la distancia hasta la puerta principal. Era inconfundible con su figura un poco encorvada, como anclada al suelo; un pájaro melancólico incapaz de alzar el vuelo, víctima fácil del apaleamiento. Un buscador de tesoros subterráneos. Una especie acabada.

Do-do-Dodgson –era evidente– se dirigía cabizbajo al decanato, como si este fuera un patíbulo. Como no podría dar respuesta a las preguntas del juicio sumario que iba a celebrarse contra él, poco iba a importar la manera en la que preparase sus respuestas. Parecía resignado a la condena.

Alicia se apartó de la ventana y miró desesperanzada las puertas de la habitación en la que la habían confinado, todas ellas cerradas. No había escapatoria. 

Imaginó que una de esas puertas, como en un cuento, le permitiría refugiarse en un jardín encantador, un jardín que se abría a un muelle sobre el Támesis, en el que esperaba amarrada una barca en la que podía surcar las aguas y dejarse llevar por la corriente… El día era nublado y amenazaba tormenta, pero el viento abría claros en las nubes y, a ratos, el sol hacía que la superficie del río destellase con un brillo azogado, que le devolvería el reflejo de sus ojos, como las fotografías que Charles, el reverendo Do-do-Dodgson, le había hecho algunas tardes.

Se sorprendió llorando quedamente. “¡Qué curioso!”, pensó, y al momento se escuchó reprenderse, como si una Alicia perfectamente juiciosa estuviera en la misma habitación que ella. Una Alicia que era ella y a la vez era ya otra y tenía la voz y los ojos de los adultos: “De nada sirve llorar así”, le decía con un tono que no admitía réplica.

Lo cierto era que ya estaba cansadísima de tanto llorar. Esta vez –lo sabía– no encontraría una llave que abriese la puerta al jardín soñado de la infancia. Le esperaba un castigo ejemplar. No sabía muy bien por qué ni qué había hecho mal, pero no era tan cría como para ignorar que las malas acciones, las que alteran a los adultos, tienen consecuencias.

Había leído varias historias muy bonitas de niños que fueron quemados vivos o devorados por bestias salvajes y demás cosas desagradables… Y todo por resistirse a recordar los sencillos preceptos que le habían sido amorosamente inculcados. Como la prohibición de no dar a nadie detalles de la vida doméstica, ni reproducir las conversaciones y acciones de los mayores que se oyen por casualidad, ni decir que han perdido la compostura y menos aún mostrarlo. Ella era culpable y esta vez no se iba a librar por los pelos.
En el piso inferior se oía a su madre recibiendo al reverendo y la voz severa del decano Liddle que aguardaba en la puerta de su despacho con una cortesía gélida e indicaba al reverendo que pasase.

La voz de su madre, un poco apurada siempre, como si se esforzase en beberla para decrecer, era siempre idéntica. Era la voz que, al despertar de sus peores pesadillas, le susurraba con una sonrisa triste, que pretendía tranquilizarla: “Con el tiempo, ya te acostumbrarás. Hay muchas cosas que tú no sabes, la verdad sea dicha”. Una voz que apenas variaba sus inflexiones cuando acunaba a uno de sus hijos o cuando ejercía de reina de su casa. Su cabeza siempre parecía peligrar y procuraba ser prudente para no avivar la ira de la cocinera, tan temible como la del propio rey.

Alicia suspiró. Desde hacía tres días las horas de luz se irían acortando progresivamente. Lo sabía porque lo había aprendido en sus lecciones: solsticio. El momento que marca que los días crezcan o mengüen se llama solsticio. El de verano, el del mes de junio, marca el punto álgido de luz desde el que se inicia el camino a la oscuridad. 

Eso, que podía parecer terrible, no dejaba de parecerle ahora una perspectiva halagüeña: significaba que las horas de felicidad en la barca propulsada por Duck, y con las barbillas puntiagudas de Lori y Edith clavadas en sus hombros, como picos de aves inoportunas, iban a extinguirse de todas formas, por mucho que ella intentara inmortalizarlos pidiendo más y más tardes como aquella. 

Definitivamente que los días se acortasen era una buena idea. Así se haría vieja mucho antes y hacerse vieja significaba, sin duda, que llegaría antes a un sitio del que no tendría que moverse. Al menos le evitaría el desconcierto de caminar desorientada por territorios desconocidos y, como un solo año, a sus once de edad, se le hacía eterno, consideraba sin desagrado la oportunidad de reducirlo. Y, además, había otra cosa: tan habituada estaba Alicia a que sólo le ocurrieran cosas extraordinarias, que le pareció de lo más soso y estúpido que la vida siguiera su curso normal, precisamente a partir de esa tarde en la que nunca más podría repetirse el té tras unas horas de remo y paseos al aire libre, aunque a veces hubiera momentos que prefería que no hubiesen sucedido. 

A Alicia le pareció que había pasado mucho tiempo desde que oyó las voces de su padre, de su madre y del reverendo Do-do-Dodgson al pie de la escalera, tras la puerta de la habitación en la que permanecía encerrada, cuando oyó las voces de sus hermanos y la institutriz que regresaban de su paseo. Todos pasaron de largo frente a su puerta, como si ignorasen que ella estaba allí, cuando lo sabían perfectamente.
En la planta baja se oyó la puerta del despacho abrirse y la voz, siempre alta y resuelta de su padre, que zanjaba el asunto que le ocupaba con formalidad:

–Bueno, quizá vea usted las cosas a su manera. Lo que es indudable es que la mayoría las ve de otro modo. Verdaderamente, si cada cual se ocupara de sus propios asuntos, el mundo giraría mucho más deprisa de lo que va…
–E-e-eso es ci-cierto, deca-ca-no Liddle –replicó con un hilo de voz el reverendo Dodgson-. To-to-do esto ha sido un grave ma-ma-lentendido. ¿Qué les ha di-di-cho la pequeña?
–No… ella no ha dicho nada. Se queda pensativa. Se le olvida hablar. –La voz de la señora Liddle se apaga, sin duda ante la mirada reprobadora del decano.
–Sin duda eso quiera decir algo. –Concluyó el decano.
–E-ella, como ya les he dicho u-una y otra vez, sólo me dijo que había a-aprendido a no quejarse cuando se cae por las escaleras y se hace verdaderamente da-daño. Y yo le de-desabroché el ve-vestido porque me pareció que al caerse de la ra-rama se había lastimado seriamente. Su semblante se alteró. Se puso pá-pálida. Era indudable que sentía do-dolor. Quería co-comprobar que estaba bien. Aliviarla. Ya entienden. Es-estando ba-bajo mi responsabilidad… Y me asusté al ver las mar-marcas de golpes y e-ella me explicó.
–Bien, reverendo, es eso lo que ha sucedido y no necesita de más aclaración. Debe comprender, de todos modos, que este asunto, unido a su afición a retratar a niñas de corta edad, ha desatado las murmuraciones y que lo más sensato y honorable es… distanciarnos –digámoslo así– hasta que las aguas vuelvan a su cauce. Con discreción. Sin dar pábilo a las lenguas de los ociosos.
–Por su-supuesto que es lo más sensato. No les volveré a im-im-importunar con mi pre-presencia, naturalmente. No saben có-cómo siento todo este lamentable malentendido y lo que va a afectar a nu-nuestra amistad de ahora en adelante. Lo com-comprendo. Lo comprendo. Ninguno de no-nosotros puede ver comprometida su po-posición por un incidente fortuito.

Alicia, que podía oír con claridad el fin del encuentro, se asustó enormemente. 
Todos estaban locos.
“¿Y ahora? ¿Cuál es cuál?” No comprendía cómo era posible que uno y otro, su padre y el reverendo, se fingieran inocentes. Veía al primero con la vara que azotaba su cuerpo, el semblante del otro reconociendo con avidez las marcas más ocultas impresas por la vara en la piel, desabrochándole el vestido bajo los árboles y en su estudio. “Es por tu bien”, decían uno y otro. Y ambos habían llegado a un acuerdo que la excluía y silenciaba su dolor. De modo que ese era el castigo: agrandar su culpa y minimizar su presencia. Hubiera preferido que le cortaran la cabeza.
Ambos pretendían ser como los dos lados de la seta: uno la hacía crecer, el otro menguar. Sí, pero, ¿qué lado? ¿Cuál de los dos es cada lado? 

JOSÉ BLANCO, Barakaldo, País Vasco

POEMA DE CIRCUNSTANCIAS

Este poema tendría que estar
desfasado, manido, superado…
Sin embargo aquí vuelve a dar la carga,
llueve, mana, fluye, mueve molino.

Este poema tendría ser
agua pasada, quedar desleído…
Sin embargo aquí acude, recorre, sobrevuela
descampados gélidos, erizados,
en avanzado estado de descomposición.

Este poema tendría que pasar
a la historia de la literatura
como poema descartado por José Blanco.
Sin embargo aquí estaca un ramillete de cruces
blancas con inscripciones y sus fotografías:
Violeta, Perla, Dalia, Luz, Brisa, Alma, Esmeralda…,
víctimas todas de feminicidio.

Este poema tendría que hablar
del gozo del encuentro entre dos seres.
Sin embargo aquí traza una línea divisoria,
entre los nacidos para el hastío
y las nacidas para alimentar
el insomnio de las maquiladoras.

Este poema nada dice, sólo
(todavía con tilde) te contempla en silencio
desde Lote Bravo, desde Lomas de Poleo,
desde la Nueva Hermila y Granjas de Santa Elena,
desde el Puente Libre y el Cerro del Cristo Negro.

Este poema es una flor segada.
El viento del desierto arrecia en la frontera

IBON ZUBIELA, Bilbao, País Vasco

CIUDAD JUAREZ

Ciudad de inclemencias
creadas a fuego lento
pagando las consecuencias
de la permisividad
tolerancia e indiferencia
de los cárteles
tutelados con la impunidad
el cobijo y la connivencia gubernamental
corrupción yacente
en cada despacho
en cada esquina
policías a sueldo
en el contubernio
de la narcopolitica
contemplando el misterio mudo
de la complicidad estructural
de la desigualdad
plagada de pobreza
que genera las consecuencias
de las causas
del paradigma de individualidad
de quien vive
en otras colonias
al margen de la sociedad
malandrines que pueblan la nada
aprendiendo el síndrome de abstinencia
en la universidad de la delincuencia
que su vida
para obtener un rango
el sobrenombre de su prestigio
con el sincretismo
de la santa muerte
legión de diablos
conjunción de dos contrarios
todo vale
para acumular poder y riqueza
sustentando el vicio
de la otra orilla
estruendos de sangre
silenciando la verdad y la palabra
robos, extorsión
secuestros, balaceras
feminicidios, asesinatos
cabezas cortadas
violencia estructural y estructurada
en la ciudad con sombras
donde el miedo se mastica
esquivando las balas perdidas
manifestaciones de almas
saltan al vacío
aprendiendo a nadar
en un paso al frente
para decir basta
para no olvidar
para renacer en la fantasía
con rostro sincero
trabajando por la utopía
labrada en la semiótica
de la poesía
para sembrar la igualdad y la vida
con los izquierdos humanos
de sonrisas infantiles
con el horizonte en las manos
de cometas en el cielo
bailando al viento
la arqueología comunal
de la satisfacción
de como nos soñamos
en todas las noches de insomnio
para abrir puertas y ventanas
sin mas ruido que los latidos
para pronunciar en voz alta
el futuro
los nombres de las hijas
que engendraremos
con la bandera de colores
de nuestra esperanza
para exigir por siempre
con hechos y palabras
paz, justicia y libertad.

DUFAY BUSTAMANTE, Bogotá

En la prisión de plástico

Esta cosecha
la hicimos nosotros, ciencia ficción,
esa nueva oleada de formas de vida,
y mira como quedamos: irreconocibles.
Metáforas en los efectos especiales queman, congelan,
se vuelven invisibles, estiran,
se reinventan por amor dentro del caos,
se cortan las alas con cuchillas
en las oficinas de los rascacielos,
lloran por ti en los baños públicos,
levitan en la cárcel de plástico.

 

Los retratos hablados del Bosco

Se encendieron las lámparas que completan la oscuridad.
Pasan ordenados y felices hacia la entrada del agujero negro.
La silueta ciega reza la oración de las pieles verdes
que no cantan ni se vuelven aire en los ríos oxidados.

El pájaro enmudecido del tiempo engulle la particularidad
deja sobre las hojas de zinc, cuerpos de humanos programados
que se sostienen con la luz emanada de soles negros.

Reposan en los museos y en las hoyas los primeros retratos hablados,
afuera suceden cosas. -No quiero tener los dientes de la pantalla
la legión tiene colmillos
es invisible.

Han aparecido en el tiempo rostros pintados
se recogen las flores de estas voces que volvieron a la tierra, están en el aire
las puedo divisar, armar con esa luz extravagante
una explosión:
los pocillos se esconden en los rincones
con su asiento de azúcar,
las personas tienen miedo de los hombres
que no tienen casa
goteras sin cántaro
sin espera.

 

Imagen

Cuando las hojas secas
ruedan dirigidas por el viento,
el oído ve,
un baile de garras.

 

 
La escuela América

Una cascada roja
en la esquina de tu jardín
es la clepsidra incesante…
del leviatán oxidado
jamás nacieron mariposas amarillas,
sólo el destello sin negro y sin azul
de las golondrinas,
el grito, su estallido en la luz
el amanecer
cercado por la escala de verdes
en la cuerda del asfalto

GABRIELA SANTA ARCINIÉGAS, Bogota

RAGNAROK

Ríos de dientes de espuma
jaguares heridos y serpientes
Aguilas que se derraman
Cóndores de truenos negros
  
La Anaconda 
no quiere ya cargar
las casas de los hombres.
  
Entre los gritos estruendosos del cielo
las nubes nos escupen.
Los titanes nos devoran
nos aplastan
ante el silencio adusto de los astros.
Somos pequeños.
 Todo se perdió
hace siglos
cuando se inventó el miedo.
Nuestas lágrimas no les interesan.
Ni nuestra tristeza.
Nos revuelven en su caldero.
Somos su comida.


CANSANCIO

Hace tiempo que me viene un cansancio
Desde el fondo de los huesos
Desde las constelaciones de átomos
Desde las migajas del alma que circulan por todo el cuerpo
Dónde el cuarzo que me orienta?
Dónde la niña escandalosa que nunca fui?
Allá está el útero, allá lejos
El huevo roto de donde vine
El huevo que ya no es más que un puñado de cenizas
Ese huevo que alguien dejó en el nido
Esa rama donde no hubo un nido
Esa rama desnuda donde yo me hice
Viendo a la humanidad allá lejos
Con sus ruidos y sus llantos que sólo ahora comprendo.
El pichón hambriento que fui todos querían que muriera
Fue ese hombre enorme con ojos de dragón de los que ya no existen
Ese hombre de manos de gorila
Y de sonrisa amplia como el mar
El que decidió que yo fuera su hija.
A nadie se lo dijimos.
Y en ese Chamizal espinoso caminamos él y yo
Jugando al niño que él ya no era
A la niña que yo no podía ser
Sobre las espinas riendo como locos
Riendo la triste vida
Riendo y cantando para olvidar
El hielo en los ojos de mi madre
Y su boca yerma
Y su cara de jardín abandonado
Y su corazón trémulo de pájaro siempre envuelto en el trueno de un cañón
Si mi sangre pudiera iniciar una revolución
Y si yo pudiera hurgar en mi prehistoria y decir
Que pase el siguiente que mi madre se morirá si este
Le besa la mano y le promete
La estrella que fue bautizada en otro corazón.
Sola estoy ahora como siempre
Sola agarrando mi vida con las uñas
Sin permitir nada húmedo y frágil salir de mis ojos
Soy tierra pisada y macerada
Vejez me llamo desde siempre
Porque los primeros ojos que me vieron
Cifraron todo el libro de la vida en un instante
Y el agua que los hacía brillar me bautizó con ese nombre
Y hasta hoy no he podido acabar de comprenderlos.